Escribir canciones sobre el deseo queer en Guatemala
Texto de: Nachi Cae
Escribir sobre lo queer en un contexto como la escena musical guatemalteca te pone inmediatamente en una posición aislada. Te encontrás, tal vez sin quererlo, en una posición de defender algo. Escribir ya es en sí una forma de desafiar y siendo algún tipo de escritor, es una posición que he aprendido a sentirme cómodo de ocupar. Escribo no como una profesión, sino como mi condición humana predilecta. Lo hago no solo porque estoy impulsado por el acto en sí, sino por el hecho de que me hago preguntas sobre por qué escribo. Escribo como una oportunidad para reflexionar y ser parte de la invención y la defensa de las políticas de la escritura. Entre otras cosas, las políticas de escribir como un hombre queer.
Me di cuenta muy temprano que me importaba expresar mi deseo; algo entre una promesa de realización existencial y los diversos impulsos del anhelo sexual. Siempre me sentí más comprendido cuando ese deseo era comprendido. Y mi deseo siempre ha sido, esencialmente y al menos de alguna forma, deseo queer. Expresarlo implicaba inevitablemente no solo hacerlo visible, sino hacerlo accesible. La música fue un espacio prometedor donde lograr tal expresión. Y en ese espacio, pensé que podía adaptarme a la cultura ya establecida de contar historias con la música. Pero no tardás en darte cuenta que escribir sobre el deseo queer es una manera de cuestionar esa cultura en el sentido más subestimado, incluso si no es lo que querés.
La mayoría de las personas queer (especialmente en un contexto tan heteronormativo como Latinoamérica) simplemente crecen sin figuras queer concretas de las que aprender. La mayoría de nosotros crecemos aislados de referencias tangibles que nos guíen en una formación honesta de la narrativa de nuestro deseo. Cuando finalmente pude buscar esas referencias por mis propios medios, me di cuenta de que entendía mejor el deseo cuando era articulado por voces femme. Como muchas otras personas queer, la feminidad fue la principal base de mi identidad. Poco tenía que ver con místicas variables, sino más bien con gestos concretos de identificación. Todo lo que quería hacer lo quería hacer como una persona femme. Al menos durante mi adolescencia, percibía que el mundo de las mujeres era un mundo de posibilidades, de riesgos trascendentales en comparación con el mundo que se nos había prometido a los hombres, un mundo seco y peligrosamente predeterminado. Para mí, la hora del hombre ya había terminado porque el hombre ya podía decirlo todo. Vivíamos en tiempos para ser mujer o, al menos, ser más mujer de lo establecido.
Y sin embargo, llega un momento en el que ni la suma de todas las referencias correctas son suficientes para hacerle justicia a lo que deseás o los modos que usás para expresarlo. Es el curso natural de madurar una identidad; permitir que sea el resultado de confiar cada vez mejor en tu experiencia. Es así como escribir sobre el deseo queer también desvela el poder de crear una mitología propia, una que es completamente personal. Es un poder que, a pesar de ser reprimido durante años, demuestra ser el esfuerzo más familiar por ganar autonomía. Escribir sobre el deseo queer no se trata entonces de conocer lo incognoscible. Se trata más bien de nombrar lo innombrable. Y en este proceso es fácil tomar la tangente y fabricar, por ejemplo, un mundo de misticismo e imágenes para mitigar las dificultades de decir cosas que, de hecho, decimos con tanta frecuencia y soltura. Esto es revelador y frustrante a la vez. No por uno mismo, sino por las reglas que definen el microcosmos de la escritura en la que uno existe y que ha aceptado sin consentimiento pleno. Es decir, en mi caso, la cultura ya establecida de contar historias con la música.
Julio Cortázar comenta sobre esta represión en su sesión magistral en Berkeley:
Hay un gran hipocresía en este plano porque todo el mundo sabe―y los latinoamericanos lo sabemos muy bien―hasta qué punto el lenguaje oral erótico es suelto y desenfadado. Cuando estamos entre amigos hacemos referencias a situaciones eróticas sin considerar nunca que estamos faltando a leyes elementales de la moral; todo depende del grado de cultura de la persona y del vocabulario que emplee, pero entre amigos nuestras referencias de tipo erótico se hacen con toda soltura. Otra cosa sucede cuando llega el momento de escribir: cuando muchos escritores entran en una etapa donde hay episodios de tipo erótico, se crea una especie de bloqueo mental que viene del pasado, de la noción del tabú, de prohibición; en el fondo, de la noción del mal.
Tuve que reeducarme para aprender a escribir con total franqueza. No a “sentir” mejor, sino a atreverme a decir lo que ya sentía con las palabras que ya empleaba para decirlo. Fue una prueba de candidez, de retar las ideas preconcebidas sobre lo prohibido y la influencia que tenían en mí y en mi trabajo. Escribir sobre el deseo queer fue en realidad descubrir la arquitectura de todo lo que se me había prohibido, también todo aquello a lo que siempre me había aferrado desesperadamente. Escribir sobre mi deseo fue una oportunidad para actuar en consecuencia a ese deseo al mismo tiempo que trabajaba en él. Si algo me golpeaba correctamente, entonces me golpeaba profundamente. Se trataba sobre representar ese ir y venir con brusquedad y tal vez, de una manera un tanto intransigente. Ser radical con uno mismo al escribir, resistir los placeres que vienen y se van fácilmente y aceptar la tentación de pertenecer plenamente a algo que de otro modo sería tabú.
Es un argumento que aparenta ser abstracto. Y es así porque el deseo no es certero en absoluto ni confiable como método. No tiene un presente ni una forma de pertenecer solo a uno mismo. Consiste en capas y capas que eventualmente enredan a todos. Mi trabajo consiste en ubicar dónde está escondido y sacarlo. No es un misterio romántico, sino la práctica más real. Y conlleva tiempo. También la compasión y la paciencia más asertivas. La autoestima para deconstruir, comprender y aceptar. Y entonces, con el tiempo, creás un espacio que permite todas las manifestaciones posibles del deseo, incluso si cuentan como contradicciones directas. Ese es el espacio en el que he convertido mi música y mi poesía.
Escribir de esta manera te aleja de las convenciones. La parte más difícil del proceso es recordar que cuando las seguías, todas esas reglas de cómo contar historias con la música, sentías que sí estabas escribiendo. El método era eficiente y quizás el producto era mejor entendido. Se necesita una voluntad tenaz para ir más allá de eso. Tenés que aceptar el hecho de que estás eligiendo la insatisfacción por un periodo de tiempo que suele prolongarse más de lo que uno está dispuesto a aceptar. No estás escribiendo, estás pensando en cómo escribir. Y no se trata de instinto; es analítico hasta el punto del agotamiento. Pero la recompensa vale la pena. Conocer tus deseos es conocer tu vida y articular esos deseos es solo otra forma satisfactoria de actuar en consecuencia a ellos. Al articular, las personas queer recibimos un regalo que no pedimos, pero que honramos todos los días: inventar un lenguaje que nos permita hacer de nuestra vida la vida de los demás también. Ese es el poder de usar palabras desde los márgenes. Ese es el poder de hacer humanidad.